Por qué dejé de ser católico (3)
Por qué dejé de ser católico (3)
Las personas reaccionan de maneras diferentes ante la verdad. Algunos no quieren aceptar que en lo que creyeron toda la vida, en lo que sus padres también creyeron, y en lo que tantos otros creen, esté mal. Admitir eso duele mucho. Para algunas personas, la posibilidad ni siquiera entra en sus cabezas. No logran procesar la información de forma racional y reaccionan emotivamente: “No, no creo. ¿Por qué usted tiene que atacar mi religión?” El apóstol Pablo les dijo a esas personas:
¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad? Gálatas 4:16
A veces la manera más rápida de hacerse un enemigo es decir la verdad.Afortunadamente, otros reaccionan de forma contraria: aman a quien les dice la verdad y se indignan en contra de la mentira que creyeron toda la vida. Fue eso lo que sucedió conmigo, y aún más con mi hermano.
Delante de esa bomba atómica que hizo que nuestra fe católica se desmoronara, él no logró contenerse. Nosotros trabajábamos en la empresa de nuestro padre, y nuestro escritorio estaba solo a algunos pasos de la imagen de la Señora Aparecida, de quien él era devoto. Fija en lo alto de la pared, trabajábamos bajo los ojos (que ahora descubrimos que no veían nada) de la estatua de casi medio metro de altura.
No sé exactamente lo que pasaba por la mente de mi hermano, pero creo que de repente, todo salió a la luz para él. Los años en los que estudió en colegios de monjas, el catecismo que hizo, la primera comunión, los tercios que rezó, las misas, las romerías… a pesar de toda esa devoción, la tragedia aún así invadió nuestra familia. Yo estaba enojado, pero él mucho más.
Uno de esos días, durante el break del café, cuando todos salieron de la oficina y mi padre estaba ausente visitando a clientes, mi hermano decidió hacer justicia con sus propias manos: agarró una escalera, subió hasta donde estaba la santa, se la colocó debajo del brazo y bajó. Antes de que yo tuviera tiempo de preguntarle: “¿Qué estás haciendo?” – él, con una mano sosteniendo la cabeza de la estatua y con la otra los pies, la levantó por encima de la cabeza ¡y la tiró con fuerza al piso! Pedazos de yeso para todos los lados y yo con la cara de quien había visto a un fantasma.
Dentro de mí, una mezcla de placer y miedo al mismo tiempo: “Eso mismo, ¡vamos a acabar con esta farsa!” “Ay, mi Dios, ¿cómo vamos a explicarle esto a nuestro padre?”
Como era de esperarse, mi padre reaccionó emocionalmente. En vez de querer una explicación, exigió como castigo que mi hermano comprara otra de su propio bolsillo. Pero como su bolsillo no estaba muy lleno, solo logró comprar una del tamaño de un palmo. Insatisfecho, allá fue mi padre de nuevo hasta la Aparecida del Norte y compró otra estatua, esta vez mayor que la anterior…
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“No tendrás dioses ajenos delante de Mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque Yo soy el SEÑOR tu Dios.” Éxodo 20:3-5
Pasarían todavía siete años más hasta que mi padre se despertara a la verdad y decidiera hacer lo mismo con la nueva estatua. Fue cuando sus ojos se abrieron y él, también, conoció la Palabra de Dios.
Esta experiencia me enseñó dos cosas:
Dicho esto, dejo bien en claro: atacar la religión de otras personas está mal y nadie debe hacerlo. Respeto a todos los católicos y a las personas con o sin religión como seres humanos. Somos gente, ante todo.
- Las personas están más apegadas a su religión que a Dios. La religión ciega a las personas. Conocer la Palabra de Dios les abre los ojos. El problema es cuando los ciegos creen que ven. Se resisten a la verdad hasta la muerte. Vea lo que Jesús habló sobre ellos en Juan 9:39-41
- El riesgo de insulto es el precio de la verdad. ¿Qué haremos con esta verdad que está oculta a los ojos de millones de católicos en el mundo? ¿Debemos guardarla para no ofenderlos? ¿Debemos ser políticamente correctos? ¿Debemos dejarlos pasar hacia la eternidad confiando en las velas, en las indulgencias, en los santos y en las misas para sacar a los muertos del purgatorio? Hay quien defiende esa postura. Por mi parte, yo no lograría dormir en paz ni presentarme delante del trono de mi Dios con una buena consciencia si hiciese eso.
Mi mensaje para quien tiene a la Biblia como el libro central de su fe es el siguiente: lea. Medite en ella. Entienda la Palabra de Dios por sí mismo. No dependa de terceros para que hagan eso por usted. Compruebe en las Escrituras lo que cualquier papa, pastor, obispo, cura, o apóstol dice. No ponga en riesgo su alma en las manos de nadie.
En cuanto a mí, ante lo que leí en la Biblia, mi inteligencia no me permitió continuar en el catolicismo.
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